En todos los tiempos, por temas de naturaleza humana –o los que usted quiera– se han levantado grandes imperios. Grandes no por sus aportes a la cultura, al progreso o al desarrollo humano, sino porque se han impuesto a otros pueblos recurriendo a las más rudimentarias formas de poder basadas en la fuerza, la violencia, el avasallamiento, la imposición y el genocidio. Egipto, Babilonia, Persia, Roma, los Califatos Islámicos, los Otomanos, España, Inglaterra, Francia y, en tiempos actuales, Estados Unidos, Rusia y China. Y acumulando poder, en la más abierta impunidad, el estado de Israel.
Política internacional, cultura, mercados o temas migratorios dependen del estado emocional con el que se levantan cada mañana sus líderes.
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Ellos deciden quiénes viven, quiénes mueren, a quiénes perdonan; en síntesis: gestionan, administran, controlan y regulan la vida biológica de la población mundial. Responden a la perfección a la interpretación que hace Michel Foucault sobre el concepto de biopolítica, al que define como la forma en que los poderes modernos dominan la vida de los individuos y de los pueblos.
El caso de Israel y Palestina ha llegado a los extremos. En todo esto, las causas multifactoriales que mantienen vivo el conflicto son lo menos importante; la situación es la tragedia humanitaria que aquí se está dando, en la cual nadie quiere o puede intervenir, y que desde hace rato se encuentra en el área del genocidio.
El policía del mundo –el gobierno norteamericano–, el campeón de la democracia, no va a intervenir; ha marcado una complicidad sistemática con el gobierno israelí, pues para ellos Israel es un aliado estratégico clave y esto está por encima de la dignidad de los palestinos. Tiene intereses militares y de inteligencia, incluyendo las rutas del control del petróleo. Además, el sionismo –los grupos judíos en Estados Unidos– tiene un enorme peso político, por lo que presionarlos podría complicar su apoyo regional e interno. En ese sentido, ni pueden ni harán nada al respecto.
Rusia, por su parte, no ha sido ni es aliado de Israel, pero ir en contra de ellos es ir en automático en contra de Estados Unidos; apoya a Siria e Irán con la venta de armas y negociaciones de otros tipos. Le apuesta más a la diplomacia que a las intervenciones militares directas. Trump y Putin saben lo que está en juego. Saben que un conflicto con estas características –históricas, religiosas y territoriales– no se puede destrabar tan fácilmente porque cualquier acción militar, externa o de forma directa, podría desatar una nueva guerra mundial.
Luego está el derecho internacional, porque se apela a la soberanía nacional, y finalmente los factores internos de cada país. En el caso de Putin, no tiene mayores problemas, pues lleva 25 años en el poder; en cambio, Trump está condicionado por lo interno, en concreto la popularidad y las preferencias electorales.
Y por supuesto, Israel con Benjamín Netanyahu no descansará hasta apoderarse completamente de Palestina o, desgraciadamente, aniquilarla bajo el subterfugio de hacer frente a los ataques de Hamas, Hezbolá y Siria, manteniendo el control y bloqueo sobre Gaza y Cisjordania, impidiendo el fortalecimiento del Estado palestino.
Este es el centro de la política del Estado de Israel. Como ya se ha visto, las presiones estratégicas son mayores que las morales, pero en el centro sigue la tragedia humanitaria y el genocidio, y esto no se puede permitir.
El genocidio tiene como base el control poblacional, como lo determina la noción de biopolítica foucaultiana, por ejemplo: el bloqueo de fronteras, en concreto el control de entradas y salidas, control de alimentos y medicinas. También la regulación de recursos –control de agua, electricidad y servicios básicos– que ponen en riesgo la vida de la población.
Al momento han salido de Palestina cerca de 2 millones de personas en calidad de desplazados; de 2023 a la fecha se pueden contar más de 66 mil personas muertas, entre las cuales se cuentan cerca de 20 mil niños y alrededor de 10 mil mujeres, y hay más de 25 mil heridos que nada tienen que ver con un trasfondo complejo que combina elementos históricos, religiosos, políticos y territoriales. También los israelíes han tenido bajas, pero se habla de mil 200 personas fallecidas, nada comparado en número con las cifras palestinas.
Probablemente, el fin del conflicto se vea lejano, ¿pero y la población?, ¿y la ayuda humanitaria?, ¿y el derecho internacional? Ni el gobierno de Israel ni Hamas, ni otro grupo, puede impedir la ayuda humanitaria, pues todas las personas afectadas por las guerras deben ser protegidas; todas son civiles, prisioneros y desplazados.
Hay principios generales de neutralidad, que deben proporcionarse sin favorecer a ninguna de las partes en conflicto; principios de imparcialidad, que se deben otorgar sin discriminación de raza, religión, nacionalidad o ideología política; y principios de humanidad, que deben de aliviar el sufrimiento humano y proteger la vida y la dignidad de todas las personas afectadas.
En ese sentido, los Convenios de Ginebra (1949) y sus protocolos posteriores garantizan el derecho a recibir ayuda humanitaria durante conflictos armados, prohíben ataques contra personal humanitario, hospitales y transporte de ayuda, exigen que los Estados y grupos armados permitan el acceso seguro de ayuda humanitaria y refuerzan la obligación de garantizar alimentación, agua, refugio y atención médica a la población civil.
Del mismo modo, establecen permitir el paso seguro de alimentos, medicinas y personal humanitario, no usar bloqueos, ataques o restricciones para impedir el acceso humanitario, y proteger los refugios, hospitales y zonas de desplazamiento de ataques militares.
Justo eso es lo que se reclama respecto a la flota humanitaria Global Sumud: militares y políticos impiden el paso de la ayuda internacional, donde los activistas (a bordo de 40 embarcaciones) son objeto de vigilancia, hostigamiento y detención por parte de la seguridad israelí.
Esto, simple y llanamente, la comunidad internacional no lo puede permitir más. Es necesario poner un alto al genocidio palestino y una apertura franca a la ayuda humanitaria, si no lo hacemos seremos cómplices de ese sinsentido.
Así las cosas.
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FELIPE DE JESÚS BALDERAS
Es Maestro en Ética Aplicada y Doctor en Estudios Humanísticos por el Tecnológico de Monterrey. Licenciado en Filosofía y Letras, con una Maestría en Educación Superior por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Cuenta con una especialidad en Moral y Justicia por la Universidad Pontificia de México (UPM). Especialidad de Ética Aplicada a las Profesiones en Loyola University (Estados Unidos). Especialidad en Ética Social y Fundamental en la Universidad de Deusto (España). Especialidad en Ética Social y Profesional y estancia de investigación en la Universidad de Valencia en España.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx
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