La reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska fue presentada como una primera reunión de diálogo, pero en realidad abrió la puerta a algo mucho más profundo: un reordenamiento geopolítico que ya se hace visible no solo en los acuerdos, sino en las imágenes.
Que el encuentro se realizara en Alaska no fue un capricho ni un guiño romántico a la geografía, sino un acuerdo simbólico entre Washington y Moscú: el territorio que alguna vez cambió de manos entre ambos países se convirtió en escenario para demostrar que las fronteras pueden ser tensas, pero también útiles como puntos de contacto.
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Además, Alaska es el punto más cercano entre Rusia y EEUU, a través del estrecho de Bering, lo que refuerza su valor como lugar natural para una negociación cargada de simbolismo.
Sin embargo, lo más revelador vino después. Tras reunirse con Putin, Trump convocó a Volodímir Zelenski y a los líderes europeos en la Casa Blanca. Ahí, las fotografías transmitieron más que cualquier comunicado oficial.
En lo evidente, la verticalidad del poder estadounidense quedó clara: la Casa Blanca no fue escenario de una mesa redonda de iguales, sino la representación de un poder central que dicta, escucha, pero al final impone. La narrativa visual cambió: de Alaska como punto intermedio, al salón oval como símbolo del mando indiscutible.
En lo oculto, se reveló la necesidad de validación de Europa y de Ucrania. Sus gestos, su disposición a estar en la foto, su insistencia en mostrarse parte de la conversación, dejaron al descubierto una dependencia que durante años se disfrazó de autonomía. Las capitales europeas que proclamaban independencia estratégica, y Kiev que hablaba de “resistencia absoluta”, se mostraron —en la práctica— necesitadas de la bendición del poder estadounidense.
El tablero, entonces, se reconfigura con tres piezas dominantes:
- Washington como eje vertical, con la capacidad de convocar y ordenar.
- Moscú como contraparte validada, ya no marginada del juego global.
- Europa y Ucrania como actores secundarios, cuya voz necesita eco en Washington para tener peso.
Este reacomodo no es menor. La guerra en Ucrania, que parecía definir la política internacional de los últimos tres años bajo la administración democrata de Biden, hoy se convierte en una carta de negociación dentro de un marco más amplio, donde la verdadera prioridad es el pulso de poder frente a China y el control de los recursos energéticos globales.
Lo que queda para la historia no es solo el comunicado conjunto, ni siquiera lo que se negoció detrás de puertas cerradas, sino las imágenes. Y esas fotos son el retrato de un mundo que se mueve del multilateralismo idealista hacia un realismo crudo: verticalidad en Washington, pragmatismo en Moscú y dependencia en Europa.
Para México y América Latina, la lección es clara: cuando los grandes se reacomodan, las economías intermedias deben leer entre líneas y adaptarse rápido. Porque lo que se decide en Alaska y se escenifica en la Casa Blanca termina reflejándose en los precios de la energía, en los flujos de inversión y en el margen de maniobra de ciudades como Monterrey y San Pedro Garza García, donde las cadenas industriales dependen de lo que marcan las potencias.
No son solo imágenes diplomáticas. Son, en toda regla, un retrato del reordenamiento geopolítico internacional.
Laura De Rosa es internacionalista, escritora, conferencista y consultora para empresarios e inversionistas en análisis de data y gestión de riesgos geopolíticos. También es especialista en consultoría política y gestión de gobierno. Básicamente explica el mundo para quienes toman decisiones.

LAURA DE ROSA
LAURA DE ROSA MARTÍNEZ es internacionalista, escritora, conferencista y consultora para empresarios e inversionistas en análisis de data y gestión de riesgos geopolíticos. Especialista en consultoría política y gestión de gobierno.
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autora, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx