No era algo que yo esperaba ni deseara. No en ese momento, no en esas circunstancias. No creía que ser madre a los 19 años fuera lo mejor para Sofía Amaranta, mi hija mayor. Ella recién ingresaba a la universidad y un embarazo podría ser algo que truncara su desarrollo. Me opuse porque los embarazos entre adolescentes limitan las posibilidades de que una jovencita termine una carrera universitaria, nuestro pase nacional a un estatus distinto. Lo mismo sucede con el destino de los matrimonios de jóvenes, que tienen una más alta probabilidad de fracasar.
Fueron horas difíciles para la familia. Sandra, mi esposa, apeló a la comprensión y a darle tiempo al tiempo. Rodrigo y Regina estaban pasmados, pues, al final, querían lo mejor para su hermana mayor. Yo, como siempre, estaba fuera de mí. Todo se lo expuse a mi hija Sofía Amaranta, pero ella decidió llevar adelante su embarazo y se casó. Hoy agradezco que, como es usual, no me hiciera caso.
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Y es que, al pasar los meses, un frío día de noviembre de hace diez años, conocí a mi primer nieto: Carlos Enrique. Yo estaba nervioso y con sentimientos encontrados. La salud de mi hija, mi nieto y su futuro me preocupaban. En el trayecto al hospital fui pensando como traducir esa preocupación en el tipo correcto de ayuda, algo que puede ser muy complicado, pues dar demasiado respaldo puede ocasionar padres que no sean plenamente responsables, pero desentenderse del todo podría significar un riesgo para una familia de jóvenes.
Al final, los abuelos queremos lo mejor para los nietos, y al tratar de hacerlo es fácil que se superen los límites. En eso estaba cuando de pronto sostuve a entre mis brazos a un niño con unos hermosos ojos y de ceño fruncido. Pero cuando sus pequeñas manos apretaron alrededor de mis dedos, me declaré oficialmente perdido. Sé que mi cara debió iluminarse como lo hace cada vez que lo veo.
Unas semanas más tarde llegó la Navidad, una fiesta que por años me pasé arruinando con comentarios mordaces y burlas por lo ordinario que resultaba celebrar algo que creo que jamás sucedió. Pero esa Navidad hice lo que tanto criticaba: cantar villancicos, abrir regalos y convivir en familia.
Pero las fiestas terminaron y cuando mi hija regresó a la universidad, de pronto nos vimos con un bebé en casa. Fue solo hasta ese momento en que Sandra y yo comprendimos que nos habíamos convertido en abuelos. Lo hicimos con hijos que crecían simultáneamente y que estaban iniciando su propia juventud.
Así que nuestra responsabilidad creció y, en medio de nuestros trabajos y compromisos como padres y ahora abuelos, pasamos algunas tardes de la semana tropezando con rompecabezas, triciclos, columpios, pelotas, resbaladeros, películas y perros, y aprendiendo que la dignidad es una palabra algo sobrevalorada, pues hoy soy capaz de hacer casi cualquier cosa por ganar una de las sonrisas soleadas de este jovencito. Tres años después llegó Alejandro. Un niño hermoso, cariñoso al que hemos amado desde el primer día, pues Alex tiene un carácter de un espectro diferente, pues ama todo y lo demuestra. Sandra y Rodrigo, abuela y tío son sus padrinos.
Su mamá, mi hija, embarazada de su segundo hijo, continuó y terminó su carrera universitaria, al tiempo que, junto a su esposo Carlos, educaron a Carlos y Alejandro formando su propia familia, y con ello su destino.
Pero hace apenas unas semanas llegó nuestro tercer nieto, o más bien nieta: María Eugenia, y ahora sí, todo lo que yo daba por sentado se cayó a mis pies como yo caí rendido ante esa niña que me trae loco de amor.
Hoy, con 54 años, soy el representante vivo más antiguo de mi propia familia, el vínculo con el pasado y mis nietos, un hecho que me ha puesto a pensar sobre la continuidad de mi propia vida en la próxima generación. Carlos Enrique, Alejandro y María Eugenia han fortalecido a nuestra familia, los amamos con pasión y ternura, y nos han permitido disfrutar aún más de los placeres simples de la vida, como verlos, dormir o jugar mientras hacemos un intento inútil por descifrar sus sueños.
Sé que quizás nuestra carrera de abuelos adelantados no haya sido la mejor, pues se trata de un arte que requiere compromiso, comprensión, práctica, perseverancia y mucha paciencia, virtudes que hoy apreciamos aún más porque para nosotros significan una sola cosa: amor. Feliz día de los abuelos.
@marcosduranfl

MARCOS DURÁN FLORES
Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx