Claudia Sheinbaum no tiene un discurso articulado sobre hacia dónde quiere orientar su gobierno en lo que concierne a la América del Norte: ¿a una mayor integración regional o hacia la diversificación?
Una de las razones por las que seguí con interés la reunión del Grupo de los Siete (G7) en Kananaskis, Canadá, entre el 15 y 17 de junio, fue analizar cómo se manifestaría en esa cumbre de jefes de estado el “efecto Trump”, es decir, lo que los analistas han llamado a la disrupción del liderazgo agresivo del presidente Donald Trump en la arena mundial.
En particular, una cosa me intriga: al ver las reacciones distintas de los gobiernos de Canadá y México ante el “efecto Trump” a lo largo de los meses anteriores y durante la cumbre del G7, percibí diferencias importantes.
En una nuez, el gobierno de James Carney convocó y obtuvo una respuesta interna sólida de apoyo a su gobierno en el manejo de la relación bilateral con Trump.
No será eterno ese apoyo interno a Carney, pues Canadá es un país de comunidades de origen inglés, francés y de los primeros pueblos, entre las cuales no es fácil encontrar el consenso.
Frente a Donald Trump los canadienses encontraron, sin embargo, la anhelada “unidad nacional”.
Por el lado de México, no hay ni sombra de apoyo masivo de las fuerzas políticas y sociales de la nación mexicana hacia el gobierno de Claudia Sheinbaum, siendo ella la primera responsable de tejer, si lo hubiera querido, las alianzas internas necesarias para tener mayor poder de negociación frente a Trump.
No sucedió así. Tanto Sheinbaum como el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena, el partido en el poder) persistieron en su postura de excluir totalmente de las consideraciones de política interior y exterior a cualquier otra fuerza política que no sea la suya.
El resultado está a la vista: Canadá tiene un margen de maniobra y poder de negociación muy amplio frente al presidente Trump; Claudia tiene, si acaso, un margen mínimo de poder de negociación.
La clave de estas diferencias entre los gobiernos canadiense y mexicano es, si me apuran, una sola: la diversificación de las relaciones exteriores de Canadá y México.
El señor James Carney, primer ministro canadiense, arrancó su gobierno hace meses con una idea central: pase lo que pase con el presidente Trump en el día a día, Canadá debe reorientar a fondo sus intereses de política exterior: disminuir la alta dependencia de Estados Unidos en América del Norte y aumentar sus vínculos con el Reino Unido, La Unión Europea y el espacio del Indo Pacífico para zafarse de la red del TMEC.
La señora Sheinbaum, presidente de México, no tiene un discurso articulado sobre hacia dónde quiere orientar su gobierno en lo que concierne a la América del Norte: ¿a una mayor integración regional y dependencia excesiva de Estados Unidos? ¿O hacia la diversificación de las relaciones exteriores del país en busca de nuevos horizontes y menor dependencia de Washington?
Por lo pronto, fue una decisión acertada su asistencia a la cumbre del G7 y con ello empezar a romper el aislamiento internacional dañino de México en que lo dejó sumido el presidente López Obrador.
Si bien la ansiada reunión téte-á-téte con Donald Trump no se realizó por el retiro prematuro del presidente norteamericano de la reunión, Sheinbaum tuvo la oportunidad valiosísima del roce con líderes mundiales y de escuchar de viva voz sus puntos de vista sobre los problemas mundiales.
Además, ya sin la presencia de Trump, el ambiente fue más relajado entre los líderes mundiales y con el fondo del paisaje magnífico de las montañas de Kananaskis que invitaba al sosiego y la reflexión.
Hubo consensos importantes en la reunión del G7, por ejemplo:
+ “Los líderes e invitados tuvieron una discusión productiva sobre la importancia de construir coaliciones con socios confiables –existentes o nuevos- que incluyan al sector privado, el desarrollo de instituciones financieras y bancos de desarrollo multilaterales para impulsar el crecimiento económico inclusivo y apoyar el desarrollo sostenible”.
+ “Los líderes condenaron la interferencia extranjera y subrayaron la amenaza inaceptable de la represión transnacional a los derechos y libertades, la seguridad nacional y la soberanía estatal.”
+ “Los líderes e invitados se comprometieron a contrarrestar el contrabando de migrantes mediante el desmantelamiento transnacional de los grupos del crimen organizado.”
Los consensos reflejados en el “sumario del presidente” del G7 (James Carney, en www.g7.canada.ca) son compromisos que obligan a los gobiernos participantes, entre ellos, al de Claudia Sheinbaum.
Contra lo que se pensó tras el retiro intempestivo de Trump, la cumbre no “se cayó”; al contrario, sirvió para que los líderes mundiales encontraran que la política mundial no empieza ni termina con el presidente norteamericano.
Ojalá que, en adelante, Sheinbaum aprenda dos lecciones de su primer viaje internacional de estilo premium:
– Ante Washington, la diversificación de las relaciones exteriores es el nombre del juego,
– Sin un gobierno inclusivo y democrático al interior (lo contrario al suyo con rasgos autoritarios), ni ella ni ningún presidente mexicano tendrán poder de negociación internacional efectivo: sólo posarán para la foto.
Por lo pronto, Claudia al fin salió del rancho. Qué bueno, pero ¿qué sigue?
ROGELIO RÍOS estudió Relaciones Internacionales y es periodista de opinión sobre México y el mundo. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx