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Lejos del Paraíso

Entre el fallecimiento del papa Francisco y el cónclave que eligió a León XIV, una jueza —movida por el servilismo del sistema judicial con los poderosos, sean políticos, empresarios, líderes religiosos o narcotraficantes— decidió ganar indulgencias antes de perder el puesto. Blanca Lobo ordenó al Gobierno de Ciudad de México devolver al exarzobispo primado Norberto Rivera 1.3 millones de pesos. Si el favor hubiera salvado al oriundo de Tepehuanes, Durango, de una situación de vida o muerte, tal vez, solo tal vez, habría valido la pena sacrificar las finanzas y privarlas de recursos para la realización de alguna obra o servicio en cualquier barrio pobre de la capital. Pero no, Rivera no es franciscano.

La devolución fue por un supuesto cobro «excesivo» de impuestos derivado de una operación inmobiliaria. Rivera compró el año pasado dos departamentos de la Torre Mítikah —la más alta de CDMX— en 10 millones de pesos cada uno. «Un arzobispo pobre es un pobre arzobispo», diría el filósofo del Grupo Atlacomulco. El cardenal Rivera viajó a Coahuila dos veces en vuelo privado. La primera vez en 2010, para bautizar a la hija del entonces gobernador Humberto Moreira. Artistas, gobernadores, magnates y líderes sindicales (Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps) asistieron a la fiesta en la Casa Madero de Parras de la Fuente.

La siguiente visita ocurrió en 2012 y obedeció al mismo propósito: administrar el primer sacramento a la tercera hija de Moreira, esta vez en la capilla del Santo Cristo de Saltillo. Entonces no hubo gran festejo ni la escena la colmaron figuras de la política o del espectáculo. Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila protestó en el atrio con mantas, pancartas y consignas por la falta de respuesta del Gobierno a sus demandas. Algunos manifestantes estuvieron cerca de la pila bautismal, ante el asombro de Rivera, sin faltar al respeto. «Los hombres —dice Napoleón— son como los números: solo tienen el valor de la posición que ocupan».

Frente a la humildad de pontífices como Jorge Bergoglio y Robert Prevost, y la pobreza estrujante, la fortuna de Rivera es incongruente y ofensiva. En la visita pastoral que el papa Francisco realizó a nuestro país, en febrero de 2016, dijo a la jerarquía de la Iglesia católica. «Sean obispos, no príncipes». También les pidió ser pastores de «mirada limpia» y no temer a la transparencia. «Vigilen que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla ni de la mundanidad. (…) No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los “carros y caballos” de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la “columna de fuego” que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor».

El Episcopado Mexicano, presidido entonces por el arzobispo de Guadalajara, Francisco Robles Ortega, tiró piedras contra su propio tejado. En un editorial del semanario Desde la fe expresó su descontento por el regaño papal: «Mientras otras instituciones han fallado en el cuidado y procuración del bien común, los obispos mexicanos han venido acompañado al pueblo sufriente y apaleado, haciendo una vida de entrega al próximo y no de “príncipes” sin contacto con el rebaño». Cercanía con la grey, la de los obispos Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz García y Raúl Vera López. Para sibaritas del tipo Norberto Rivera y otros, en el rebaño «todos son iguales, pero unos son más iguales que otros». Como en Rebelión en la granja, de George Orwell.

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Gerardo Hernández

GERARDO HERNÁNDEZ es periodista desde hace más de 40 años en Coahuila. Director General de Espacio 4. Este texto es responsabilidad única, total y exclusiva de su autor, y es ajeno a la visión, convicción y opinión de PorsiAcasoMx